lunes, 28 de septiembre de 2015

Otoño

Si fuera alguna luz estoy segura de que sería la del atardecer; la dorada luz del atardecer otoñal golpeando las nubes, envuelta en el refrescante olor a lluvia que acaricia tus poros flotando en la brisa.

Y es que cada vez que miro al cielo en otoño, momentos antes de que el sol le robe la luz a la tierra, antes de que le brinde ciertos resquicios a la luna, siempre conecto con un espacio-tiempo creado por mí; por mí en todos esos atardeceres. Se detiene el tiempo como cuando observas la tormenta desde lejos, el agua parece suspendida en el aire, parece que nunca llegará al suelo, que nunca mojará tus mejillas. Hasta que en un instante todo se acelera. Tardas en reaccionar, no asimilas. La noche se vierte sobre ti como la lluvia, las sombras te confunden, brillos artificiales cambian tu verdad.

La lluvia empapa tus sentidos, no puedes evitar que ese olor tan familiar y a la vez nuevo te excite hasta la última neurona, te estimule el axón más largo de tu cuerpo, que provoque que un escalofrío baje por tu espina dorsal, que el vello se te erice al contacto con la brisa húmeda, momentos de transición, preámbulos del invierno que entra por la puerta grande.

Ese frescor de los primeros chaparrones, esa calidez de las últimas luces, la fuerza de los colores en el cielo que he podido captar esta tarde de otoño es lo que veo en ti, lo que me hace acercarme entre ensoñaciones para poder nutrirme, alma a alma. Que tu brisa me acaricie la piel, que tu calidez me sonría, que tu fuerza me abrace.